sábado, 29 de mayo de 2010

EL MEJOR PAÍS DEL MUNDO


En la reunión de barrio de esta tarde, el compadre Chepe pide disculpas para tomar la palabra y, con mucha emoción, dice: “A mí no me gusta que siempre se hable de las cosas malas de mi país. Ya “rayan” con eso. Porque mi país no es solamente corrupción y subdesarrollo. Mi país es mi país. Lo quiero con toda el alma. Yo digo que mi país es como mi madre. Madre hay una sola, y la mía fue una mujer pobre e ignorante que tuvo que trabajar como una mula para dar de comer a sus hijos. Hemos sufrido mucho en casa, pero no por eso vamos a hablar mal de nuestra madre. Sin ella, no estaríamos acá. Lo mismo con nuestra tierra hondureña: ella es parte de nosotros y nosotros somos parte de ella. Sin ella no seríamos nada. Por eso digo yo que Honduras es como mi madre. Para mí, ¡Honduras es el mejor país del mundo!”.

Todos aplauden al Chepe. Venancio lo felicita calurosamente antes de agregar a su vez: “Por supuesto, nuestro país no es el paraíso terrenal, pero, Chepe tiene la razón. Siempre hablamos de los problemas del país y casi nunca de sus cualidades. Hablemos hoy de lo que nos hace orgullosos de ser hondureños. Nos va a hacer mucho bien a todos.”

Así, durante una hora, cada quien va dando pinceladas para pintar el cuadro más hermoso posible de su Honduras amada. Entre el azul de los dos grandes mares, Honduras brilla como una estrella preciosa en el corazón de Centroamérica. Tiene de todo: minas de oro, minas de plata, unas tierras en el Norte que figuran entre las más fértiles de América. Tiene las maravillosas Ruinas mayas de Copán, que son famosísimas en todo el mundo, y las Islas de la Bahía que son un verdadero paraíso. Allí están el impresionante castillo histórico de Omoa junto con muy lindas iglesias coloniales. También está el lago de Yojoa que es un espejo del cielo en la tierra. Los cerros y los pinares del país no terminan de inspirar a poetas y a pintores. La misteriosa Atlántida es todavía una reserva única de árboles de madera fina, como quedan pocas en el planeta. El folklore hondureño es muy rico y muy alegre, mientras la historia de la nación es tan apasionante como la de cualquier otro país del mundo.

Pero, muy por encima de todo eso, lo más precioso de Honduras es su gente. Es una gente linda, sencilla, simpática y muy cariñosa. Los hondureños son inteligentes y, en los momentos más difíciles, saben ser solidarios y generosos. A pesar de ser pecadores como son todos los humanos, y tal vez por eso mismo, tienen mucha fe en Dios. Gracias al testimonio de Jesús, saben que Dios los ama. Y ellos, a su manera, lo aman mucho también. Así como aman con inmenso cariño a la Virgen de Suyapa, madre de Jesús, humilde y pequeña sierva del Señor y de su pueblo.

Evangelio

Después de compartir alegremente sobre todas las cosas lindas de la patria, un participante de la reunión plantea que el mismo Jesús tiene que haber amado muchísimo a su Palestina. Le llama la atención cómo el evangelio de Marcos lo muestra andando por todos los caminitos de su tierra. Oriundo de Nazareth, en Galilea, salió, un día, de su pueblo y se fue caminando hacia el sur. Llegó a la región del río Jordán donde su primo Juan bautizaba, y se hizo bautizar por él. Luego se retiró al desierto y se quedó allí cuarenta días. Después de que Juan fuera hecho preso, volvió a Galilea y empezó a proclamar la Buena Noticia de Dios. En una oportunidad, él se había retirado un poco para estar tranquilo, pero Simón y sus compañeros lo encontraron y le dijeron: "Todos te están buscando.” Él les contestó: "Vámonos a los pueblitos vecinos para anunciar también buenas noticias en esos lugares, pues para esto he venido." (Marcos 1, 36-38)

En apenas dos años, Jesús recorrió su país de punta a punta: toda la Galilea del Norte y toda la región del Sur, incluyendo la ciudad de Jerusalén. Andaba a pie, visitando cada rincón del país, comiendo de lo que la gente le ofrecía. Muchas veces dormía bajo las estrellas. Iba al encuentro de las comunidades, vivía con ellas, compartía sus tristezas y sus esperanzas. Amaba muchísimo a su pueblo y a su tierra. Amaba cada piedra, cada campo, cada cerro, cada árbol de su tierra. Amaba su río, su lago, sus aldeas, sus flores, sus huertas, sus ovejas, sus burritos, sus casitas, sus capillitas, sus pescadores, sus pastores, sus agricultores, sus artesanos, y toda su gente, incluso a quienes tenían mala fama; amaba el rostro de cada persona de su pueblo. Los amaba a todos profundamente. Había pasado 30 años en Nazaret cuando dejó ese pueblo de campo para ir a establecer su base en Cafarnaún, ciudad pujante que atraía gente de todas partes en busca de trabajo y de una vida mejor.

Reflexión del grupo

Chepe, Venancio y toda la gente de la reunión llega a esta conclusión: si Jesús amó tanto a su tierra (que no era más hermosa que Honduras), y si tanto amó a la gente de su pueblo (que no era mejor ni peor que los hondureños), “ni un instante debemos dudar de su amor por nosotros y por nuestra querida Honduras”. Él mismo vivió primero en un pueblo de campo. Después se trasladó a un barrio de ciudad como los hay a patadas en el mundo. En esos barrios se amontona gente venida de todas partes con la esperanza de mejorar sus condiciones de vida. Jesús andaba feliz en medio de esa gente. Era gente sencilla y alegre, a veces muy generosa y otras veces bastante peleadora; en una palabra, era gente muy parecida a Chepe, Venancio, Dolores, María Josefa y todos los demás del barrio “Honduras Nueva”.

Oración comunitaria

Señor, tus pies han caminado sobre una tierra parecida a la nuestra, llena de dolor, pero también de mucha belleza. Tus manos han labrado la madera, preparado el fogón, cocinado el pescado; han desgranado el trigo como nosotros desgranamos el maíz; han acariciado niños traviesos como los nuestros; han aliviado y curado enfermos como los tenemos entre nosotros.

Señor, tus ojos han contemplado los pájaros del cielo y se han maravillado ante las flores como las que adornan nuestros árboles, nuestros patios y calles. Has subido montañas, has bebido del agua de los manantiales, te has bañado en el río, has pescado con tus amigos; has abrazado a los niños y has jugado con ellos como nosotros hacemos; has comido con tus amigos, has dormido en casitas como las nuestras, te has divertido en las fiestas de tu pueblo. Has conocido la vida de ciudad: el ruido, las calles llenas de piedras, sin agua potable, sin luz eléctrica, sin servicio de aguas negras, lejos de la escuela o del médico, allí donde la gente se pelea por una “chambita”, donde algunas mujeres tienen que vender su cuerpo para dar de comer a sus hijos, y donde los jóvenes se van a países más ricos en busca del paraíso…. Por eso nos conoces muy bien a los hombres y mujeres de Honduras. Eres de verdad nuestro vecino de barrio, un hijo de nuestro pueblo, un amigo nuestro muy querido. Eres nuestro orgullo, nuestra alegría y nuestra esperanza. Te damos gracias, Señor Jesús.

¡Qué el Dios de los hondureños y de cada pueblo de la tierra - cuyo país también es el mejor del mundo…- nos acompañe en nuestro caminar hacia más justicia, más cordura y más fraternidad!